Conoce al autor

En este apartado hablo de mi vida, triste y divertida. Si no deseas conocer todos estos detalles del autor sino conocer los aspectos relacionados con mi formación como terapeuta, te sugiero que bajes directamente al último apartado en el que se resume todo eso.

De lo contrario, siéntate que te cuento…

Historia de mis andaduras como menor de edad

Supongo que no es fácil resumir mis décadas en un pequeño texto. Caí a nacer en Murcia allá por la década de los noventa, se podría decir que antes de toparme con la psicología tuve una vida de lo más normativa en cuanto a infancia y adolescencia: un poco de inocencia por aquí, un poco de rechazos por allá, una pizca de lo que ahora tipificaríamos como bullying, mucha alegría a ratos, una incomprensión del mundo a raudales, alguna que otra lágrima derramada por pérdidas reales o imaginarias…

                Me gustaría decir que siempre he sabido que quería ser psicólogo, pero sería una rotunda mentira. Yo desde que apenas me levantaba unos centímetros del suelo quería ser biólogo, de esos que salen en los documentales a lo Frank de la Jungla o Félix Rodríguez de la fuente, de los de conocer y empaparse del mundo de los animales y las plantas. Con el paso de los años y el conocimiento de que la carrera de biología distaba mucho, pero mucho mucho, de ser como yo me había inventado en mi cabeza, topé con un callejón sin salida: no sabía qué estudiar con 18 años y mi flamante bachiller terminado.

                Acostumbrado a estas indecisiones, abarqué todas las carreras que la Universidad de Murcia ofrecía y comencé a mirarme sus guías docentes para encontrar aquellas que más me sedujeran y de las muchas que ofrecen la ecuación se quedó reducida a tres: biología (cómo no), informática (siempre he estado familiarizado con las tecnologías y sus softwares) y una tal psicología (parecía interesante y eso).

Una tenía demasiados entresijos celulares y la otra muchos números y fórmulas, así que así acabé estudiando lo que se terminaría convirtiendo en mi gran pasión hasta que algún día falte de este mundo.

Exámenes, prácticas y la terapia

La carrera pasó sin pena ni gloria, a decir verdad: asignaturas de lo más protocolarias y normativas; a mí me gusta comparar la carrera con el teórico del carnet de conducir, aprendes una gran cantidad de información (diagnósticos, lingüística, tratamientos cognitivo conductuales, test psicológicos, modelos estadísticos, educación, desarrollo evolutivo, neurociencias, demencias, autores…) pero la realidad es que cuando terminas de estudiar te das cuenta de que sigues sin saber hacer absolutamente nada y que sólo podrás aprender a través de nuevas formaciones y experiencias prácticas y voluntariados.

Terminada la carrera, la mayor de mis pasiones era la investigación: ser una auténtica rata de laboratorio, comer en un despacho, irme a casa a horas intempestuosas y tener que estar muchos años cobrando el SMI para llegar a ser alguien en la universidad.

Nunca fui un alumno modelo, de tal manera que cuando terminé la carrera la mayoría de las opciones de seguir estudiando estaban cerradas, no me interesaban o no me daba la nota. Así terminó apareciendo en mi vida nuevamente la biología, descubrí un máster que juntaba lo mejor de la psicología y la biología en un mismo ciclo formativo: un máster en etología aplicada y comportamiento animal.

Tras una carrera anodina e insustancial, no fui con grandes expectativas con respecto al nuevo máster que tenía por delante. Resultó ser un gran año de estudios y curiosidades las que aprendí sobre el mundo animal (hormigas, pingüinos, avutardas, perros, gatos, cucarachas, mariposas monarca…), me quité la pequeña espina que tenía clavada con la biología desde pequeño, aprendí a adiestrar perros y estuve interno 8 meses en una protectora de animales maltratados, la Fundación Benjamín Mehnert.

Terminada esa etapa, ya tenía algo más claro que si quería vivir de la psicología debía pasar por el gran cuello de botella que tenemos los psicólogos para poder ejercer: opositar (Psicólogo Interno Residente, P.I.R.) o máster (Psicología General Sanitaria). Si recuerdas, ya he comentado que no era un alumno modelo en cuanto a notas y no estaba entre mis planes opositar con una ratio de 1 plaza por cada 37 aspirantes, de tal modo que quedaba estudiar otro máster.

Este máster quizá han sido los estudios normativos más enriquecedores desde el punto de vista práctico que he tenido, era una formación académica totalmente orientada al mundo laboral y a estudiar de un modo mucho más práctico (casos reales, prácticas con pacientes reales supervisadas por un tutor, etc.). Aquí es donde terminé haciendo prácticas en el  Centro de Salud Mental de Lorca y posteriormente en un centro de desintoxicación a las sustancias (Neurocultura Salud).

Entre medias de este máster, también ocurrió un gran hito que marcaría un antes y un después en mi manera de entender y vivir la psicología. Podría decir que fue un suceso maravilloso y revelador, pero  la realidad es que toqué fondo a nivel personal y emocional; me daba lo mismo existir que no hacerlo. Así fue como acabé buscando ayuda profesional de una compañera de profesión, ¡fui a terapia!

Fueron varios años yendo y esto marcó un antes y un después en mi vida; empecé a vivir y a disfrutar de todo cuanto me rodeaba, fui capaz de perdonarme por los errores que había cometido y a sacar de ellos una lectura de aprendizaje, empecé a probar eso que llaman el amor propio y reformulé todo lo que había aprendido y estudiado hasta la fecha para darle un sentido y una aplicación práctica, entendí que todo lo que me habían enseñado (metodologías cognitivo conductual) se me quedaba escaso y que debía seguir un camino más ecléctico y variado como profesional: cursos, voluntariados, libros, autoayuda… todo lo que me pudiera servir para conocer un poco más de la psicología. Sin duda, este es el punto que más cambió mi vida personal y profesional, le estaré eternamente agradecido a la profesional de la psicología que me ayudó a ayudarme.

Tocaba ir trabajando

Nada más terminar de estudiar el máster habilitante de psicólogo, una buena amiga me ofreció la posibilidad de trabajar en una clínica privada, el Centro Médico la Rueda. Pese a que el requisito para el puesto era el máster que acababa de obtener, el trabajo distaba mucho de estar relacionado con la psicología clínica. Lejos de esto, mis funciones consistían en coger el teléfono, pasar tarjetas de pacientes enfermos que acudían a la clínica y renovar carnets de conducir, en resumen, chico para todo.

Conforme fue pasando el tiempo, pasé de trabajar seis horas por la tarde a trabajar 35 horas semanales. A raíz de este crecimiento laboral, empecé a plantearme la posibilidad de pasar consulta en el mismo centro en el que llevaba a cabo las funciones anteriores, es decir, a hacer “lo mío”.

Siempre recordaré aquellos miedos y errores de ser la primera vez que una persona se ponía en mis manos para poder ayudarla. Creo que ella nunca supo que fue la primera, algún día la he visto por la calle y sin duda siempre me saca una sonrisa, porque pude ayudarla a darle orden mental a toda aquella tormenta de ansiedad con la que venía; recuerdo aquellos desvelos en fin de semana pensando qué herramientas, test y tratamientos le podían venir mejor para gestionar la problemática con la que se había presentado en mi consulta.

Y así fue, terminé ofreciendo el servicio de psicología a los pacientes que iban solicitándolo y empecé también a trabajar con compañías de salud y a darme a conocer en la zona en la que pasaba consulta, Alcantarilla; las horas de consultas empezaron a reducir mis horas de chico para todo, se contrataron en la clínica a nuevas psicólogas para hacer frente a la demanda del servicio de psicología.

De lo laboral a lo pasional

Lo cierto y verdad es que siempre me ha gustado divulgar contenido y promover la salud entre los míos y a los demás en general, hace algún tiempo que dejé de hacerlo porque publicaba en una red social que sesgaba bastante el contenido que yo quería publicar (borrado de publicaciones, bloqueos de cuenta, denuncias por hacer spam, limitación de los caracteres, etc.) y dejé de hacerlo por plena desmotivación con la plataforma en la que me movía (Instagram y Facebook).

Con todo y con eso, nunca me planteé tener una página web, pero llegó a mis oídos que había una subvención europea destinada a digitalizar empresas y fue entonces cuando se me iluminó la bombilla de llevar Psinquieta a todo su explendor, un espacio en el que poder exponer todas estas cuestiones de índole psicológica que en mayor o en menor medida a los seres humanos les interesa.

Y aquí estamos, creando un nuevo proyecto para compartir y divulgar aquellos contenidos que he ido viviendo y conociendo.   Ahora ya sabes quién hizo Psinquieta y cómo ha acabado existiendo esta página, te agradezco de corazón que hayas dedicado este rato a meterte en el entresijo de mis emociones y mi pasado, espero haber sido capaz de contagiarte lo trepidante y nutritivo que está siendo mi viaje vital.

Gracias por estar ahí,

Paco.

Resumen de mi experiencia

Me gradué la segunda promoción de grado de la Universidad de Murcia en 2014; durante la carrera estuve colaborando como voluntario con diferentes profesores universitarios y me embarqué en sus proyectos de estudio, tales como el test CREA, la medición de la creatividad en niños con ceguera, la influencia de las ilusiones perceptivas en la actualidad o la evaluación del TEPT en niños en el terremoto de Lorca.

Formé parte de la orientación psicopedagógica de tres colegios de primaria CEIP Félix Rodríguez de la Fuente, CEIP Santo Ángel y CEIP Francisco Cobacho Pedreño.

Estudié el Máster en Etología Aplicada y Comportamiento animal en la Universidad Pablo de Olavide (Sevilla) en 2015, donde estuve un tiempo especializado en el adiestramiento canino, la modificación de conducta, la terapia con animales y estudios de adoptantes de animales maltratados.

Volví a mi universidad para cursar el Máster en Psicología General Sanitaria en 2016, donde tuve la suerte de hacer prácticas a nivel público en el Centro de Salud Mental de Lorca y posteriormente en el centro de deshabituación a las sustancias Neurocultura Salud.

Desde 2018 formo parte de un policlínico llamado Centro Médico la Rueda, donde llevo a cabo mi labor como psicólogo sanitario y desde donde me sigo formando con los diferentes cursos y talleres que se van ofertando en nuestro ámbito.

En cuanto a mí, soy una persona desenfadada y cercana, creo que el proceso terapéutico es importante vivirlo con amor, con humor, con paciencia y con aceptación.

No me encasillo en ninguna corriente psicológica concreta (conductual, cognitivo, cognitivo-conductual, humanista, existencialista, gestáltica, psicoanalítica…); adopto una postura más bien ecléctica, pues creo que de todas se puede extraer algo interesante para comprendernos un poco más y aprender a  vivir la vida sin sufrimiento ansioso ni malestar excesivo.

Con todo y con eso, me gusta mucho la concepción que tiene Carl Jung de la sociedad y el inconsciente, la concepción del presente que hemos adquirido a través del mindfulness o mi creencia de que la terapia de aceptación y compromiso tiene mucho que ayudarnos si se comprende de manera flexible y global.

Soy mucho de decir la frase de “se aprende más de la vida que de los libros, pese a que yo sea de libros”, puesto que creo que los libros nos deben servir como un enfoque a contrastar con nuestra propia experiencia y que no se puede asimilar el contenido de los libros o la formación de un modo rígido e inflexible.

Para mí carecen de sentido comunicar los diagnósticos a viva voz; muchas veces acuden a mi consulta personas que sólo quieren escuchar un diagnóstico y que cuando escuchan con lo que puede ser compatible su sintomatología se refugian en él para justificar su momento actual, lo que muchas veces puede dar lugar a inmovilismo. Los diagnósticos pueden tener sentido a la hora de comunicación entre los diferentes especialistas que estamos relacionados con la salud mental, pero entre el común de los mortales se suele hacer un uso equivocado de los diagnósticos en niños y adultos.

Consecuentemente y unido a lo anterior, considero que los test psicológicos pueden arrojar luz con respecto al estadio previo del proceso terapéutico que está viviendo la persona o como evaluación del progreso conseguido, pero siempre se debe dar importancia al criterio del especialista que esté tratando a la persona que realiza el test psicométrico.

Creo que todas las experiencias que vivimos pueden servirnos como material para aprender y crecer pero, como dice un antiguo proverbio árabe, el que quiere hacer algo conseguirá un medio y el que no una excusa.

Durante algún tiempo, yo encontré a todas horas excusas por las que posponer el cuidar de mí mismo, aprender a quererme y valorarme como persona; así y por eso apareció en mi vida la terapia. Creo que en algún momento de la vida a todos nos viene bien remover nuestra sesera y darle la vuelta a nuestra manera de entender el mundo, la vida es algo más que nuestra manera de vivir las cosas.

Sea lo que sea lo que estés buscando en esta página, espero que te ayude y que te permita cuidarte un poco mejor y de una manera más sana.