En la mayoría de las personas está el querer ayudar a los demás como herramienta de socialización, sea por interés propio o por verdadera bondad y generosidad.
Las situaciones de colaboración, cooperación, ayuda, simbiosis y mutualismo también se han visto en otras especies animales, por lo que se asume que es algo muy primigenio en la cadena evolutiva.
¿Cuál es el problema que cada vez se da más?
En ocasiones acuden a mi consulta personas que no vienen a hablar de sí mismas, sino que vienen a solucionar preocupaciones que tienen con respecto al inmovilismo de algún familiar o ser querido; incluso se interesan por ver qué aspectos de sí mismos tienen que cambiar “para que la otra persona vuelva a quererles”, “les haga caso” o “ayuden a que el otro deje de sufrir”.
Tristemente, ese camino es en muchas ocasiones un callejón sin salida.
Puedes acompañar en el proceso a una persona que se encuentre estática situacionalmente, pero jamás podrás sacar de la quietud a quien no pretenda moverse.
En nosotros tendremos que explorar por qué necesitamos ayudar a los demás hasta tal punto de acudir nosotros a terapia. En multitud de ocasiones, suelen ser personas con verdadera vocación de entrega a los demás, pero siempre en detrimento de cuidarse a sí mismas; es decir, ven más fácil querer y ayudar a los demás que querer y ayudarse a sí mismas.
Pero como digo, pueden ser tantas las opciones como personas pisan la tierra; es cuestión de que, si te identificas con esta actitud, busques en ti el motor que te está moviendo a querer sacar las castañas del fuego a tu allegado.
Resumiendo, no podemos vivir ninguna vida que no sea la nuestra; cuando trates de espantar los miedos de otro, sacar de un proceso depresivo a un familiar, querer que tu hijo salga más de la habitación… es posible que encuentres frustración y algo de rabia, pues estás tratando de interrumpir el proceso de crecimiento de una persona y estás dejando de lado el tuyo personal.