La mayoría tenemos muros emocionales, los levantamos nosotros mismos, es una manera de impedir que los sentimientos que llevamos por dentro salgan al exterior y sean conocidos por aquellas personas con las que nos rodeamos. No es más que una coraza que nos ponemos para así evitar compartir ciertas emociones o sentimientos con ciertas personas.
¿Cómo levantamos muros?
No expresando los sentimientos (generalmente dolorosos) que llevamos por dentro.
Bebiendo, fumando o drogándonos de cualquier otra forma hasta dejar a un lado (temporalmente) las emociones que nos inundan.
Dejando que pase el tiempo sobre una situación que no hemos cerrado.
Saliendo a hacer deporte intencionalmente para despejarnos y no dedicar tiempo posteriormente a abordar el problema por el que nos fuimos a hacer deporte.
Mintiendo a las personas que nos rodean por “miedo a ser pesad@”, “no querer preocuparl@”, etc.
Autoconvenciéndonos de que todo está bien y de que el tiempo todo lo cura.
Culpando a los demás o a la mala suerte de lo que nos hace daño.
¿El muro tiene ventajas? Por supuesto que sí:
- Se olvidan (temporal y parcialmente) todos los problemas.
- Permite que no nos vinculemos emocionalmente con quien no queremos hacerlo.
- Nos da tiempo para madurar la manera de abordar el problema a nivel interno.
Y… ¿los inconvenientes de este muro entonces? Estaba claro que no iba a ser gratis:
- Empezamos a enterrar problemas y vamos poniendo ladrillos hasta hacer un muro que parece más grande que la muralla china.
- Nos desborda la soledad por sentirnos solos e incomprendidos, además de que los problemas tapados con el muro se van manifestando en forma de ansiedad, depresión, problemas psicosomáticos, etc.
- Nos aleja de quien realmente somos (esencia/yo).
- Nos creemos que somos el muro (ego) y zanjamos cualquier propuesta de crecimiento con un “no, es que yo soy así” o con el clásico “a mis años, ya no voy a cambiar”.
En resumen, un muro emocional lo levantamos nosotros y a veces puede venirnos bien para tomar distancia, pero tarde o temprano tendremos que abordar lo que hayamos querido no exteriorizar, para así conocernos mejor a nosotros mismos y aprender a crecer con las experiencias que hemos vivido.