¿Recuerdas a los maestros que te dieron clase en primaria? ¿Y a los profesores de secundaria? Probablemente, te vengan unos cuantos a la mente en un momento y de otros tengas que hacer un ejercicio de memoria para recordar algún dato sobre ellos.
Esto no es algo casual, la memoria está íntimamente vinculada a la emoción, de tal modo que recordamos aquello que vivimos con emoción. Así, es más probable recordar docentes entrañables que nos marcaron con sus lecciones y también aquellos docentes que se nos atragantaron más por su manera de ser o de dar clase.
También contamos con maestros de la vida; cuando uno habla de “maestros de la vida” es fácil pensar en padres, hermanos, amigos íntimos, parejas… Y probablemente es de los que más hemos aprendido, pero también pueden ser maestros aquellas personas que más nos han atormentado.
Es fácil “aprender” de los momentos que han desencadenado emociones positivas, pues nos limitamos a replicar el contexto para volver a sentirnos así de bien y a potenciar la experiencia para sentirnos aún mejor.
La cuestión está en qué pasa con los momentos traumáticos, dolorosos y cruentos. Resumiendo mucho la condición humana, podemos polarizar las actitudes ante las emociones negativas de dos maneras: estáticas o constructivas. Todos tenemos de los dos tipos de estas actitudes.
Las actitudes que he denominado como estáticas se caracterizan por no realizar cambios, sino que “tiramos balones fuera” juzgando a otros, condenando a los demás, lamentándonos de la situación, victimizándonos… en definitiva, sufriendo.
Por otro lado, las actitudes a las que me refiero con constructivas son aquellas que aceptan la realidad pese a que no es de su agrado y buscan de manera activa cambiar la situación y/o aprender de ella para crecer, por muy imposible o enquistada que esté ésta.
Aprende a crecer de tus propias emociones negativas y a sacar una lectura que valga la pena seguir adelante, pues eres la persona más importante de tu vida.