En la mayoría de los casos, la muerte no es un problema para el que la experimenta ni en sí misma, pues para cuando una persona se considera que está clínicamente fallecida, no siente nada.
En función de las creencias de cada uno, la muerte puede ser un punto y aparte (Cielo, Paraíso, Olimpo, Valhalla, Reencarnación…) y para otros un punto y final (polvo eres y en polvo te convertirás).
Del mismo modo que la muerte no se da sin la vida, la vida carece de sentido sin un cierre.
Como diria E. Kübler-Ross, una prestigiosa psiquiatra que revolucionó (a mi parecer) la manera de entender la muerte, «Los miedos no evitan la muerte, frenan la vida». Y así es, muchas veces estamos más concentrados en que la persona no fallezca (incluso cuando los especialistas han determinado que poco se puede hacer ya) que en disfrutar los momentos que le queden por vivir a la persona, paradójicamente estamos tratando de que no se vaya pero a la vez lo estamos enterrando antes de fallecer.
El verdadero problema se presenta a veces en el proceso denominado «Duelo», el cual no se inicia cuando la persona fallece, sino cuando las personas allegadas comienzan a tomar conciencia de que su amigo o familiar faltará en un futuro no muy lejano.
En el duelo comienzan a aflorar sensaciones de deuda, culpa, remordimientos y demás sentimientos que nos alejan de sentirnos bien y que si no las abordamos de una manera sana terminarán enquistándose y pasando desapercibidos de manera silenciosa.
El tiempo entierra y anestesia el sufrimiento pero, sin apenas ser conscientes, nuestro bienestar emocional se ve condicionado por la defunción de aquella persona que era importante para nosotros.
¿Por qué no puedo dejar de sentirme triste por alguien que ya no está? Esta segunda parte de la publicación va dirigida a personas que tras algún que otro año siguen arrastrando la pérdida de algún ser querido o tienen interés en reflexionar sobre el concepto de la muerte.
Por este motivo, si has perdido a alguien recientemente, te desaconsejo encarecidamente que continúes con la lectura de esta publicación, pues puede añadir alcohol a heridas que aún sangran. De lo contrario, sigue el camino de baldosas amarillas.
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¿Por qué no puedo dejar de sentirme triste por alguien que ya no está?
Porque no aceptas que se haya ido.
No quieres que las cosas sean como han sido; pero la vida es lo que es, no lo que queremos que sea.
Quizá se fue sin despedirse; tal vez crees que estuvo en tu mano que se fuera antes de lo previsto; que un/a hij@ nunca debería enterrar a su padre/madre; puede ser que culpes a otros y creas que ‘te lo robaron’ o que le culpes a él por irse y dejarte ‘abandonad@’; incluso que si dejas de hablar con él/ella, de encender una vela de vez en cuando o de llevarle flores, caerá en el olvido.
Sea cual fuere el motivo, en todos los casos no nos queda más remedio que aceptar que la persona ya no está, que hizo su vida y ésta empezó y terminó.
Y esto es, en teoría, sencillo pero tremendamente complicado en la práctica, porque teníamos parte de nuestra vida vinculada a esa persona.
La vida es un camino que tenemos que recorrer por nosotros mismos, al principio empezamos con unas personas y cuando terminamos el camino estamos rodeados de personas totalmente diferentes.
Una buena manera de no sentirnos tan tristes por quien ya no está es despidiéndonos desde el amor, no porque no nos quede otra opción, sino porque es una manera sana de decir adiós si nos sentimos preparados para hacerlo:
Sé que no te podías quedar más, nunca es buen momento para decirte adiós.
Tengo claro que este camino tuyo se acabó aquí.
Te voy a echar de menos, porque te quería mucho.
He aprendido, aprendo y aprenderé de tus virtudes y de tus defectos.
Pero ahora tengo que seguir mi camino sin ti a mi lado, pero siempre estarás conmigo.