Reflexiones Narrativas

En este espacio se dan cita las reflexiones y divagaciones de Psinquieta y algunas de otros autores que me parecen dignas de enmarcar; deseo que este contenido te resulte de lo más nutritivo para tus inquietudes y problemas en los que ahora mismo te veas inmerso.

Paradójicamente, te recuerdo que la única verdad absoluta es que no hay verdades absolutas; es decir, ninguna de las publicaciones deben ser tomadas como verdades absolutas, tan sólo como reflexiones a tener en cuenta siempre en función del contexto en el que se esté hablando y que lo que hoy es cierto mañana podría no serlo.

Cada persona tenemos un camino y, consecuentemente, lo esperable es que te sientas más identificado o más atraído por algunas publicaciones y no te interese o no te haga vibrar el contenido de otras.

Espero que disfrutes de las reflexiones que aquí han confluido y que su moraleja o enseñanza te sea provechosa y agradable en mayor o menor medida.

 

Un abrazo,

Paco.

“Tú eres el resultado de ti mismo” (Neruda)

Para hoy te quería traer un poema que algún día entró en mi mente hace ya muchos años. Creo que es una hoja de ruta desde el punto de vista psicológico y no me podía resistir a compartirla. Como todo, aquí no se acuñan verdades absolutas y el poema tiene ciertas frases que yo me cargaría de un plumazo y otras que matizaría, pero no deja de ser una enriquecedora invitación a la reflexión. A ver qué te parece a ti. No culpes a nadie, nunca te quejes de nadie ni de nada, porque fundamentalmente tú has hecho lo que querías en tu vida. Acepta la responsabilidad de edificarte a ti mismo y el valor de acusarte en el fracaso para volver a empezar, corrigiéndote. El triunfo del verdadero hombre surge de las cenizas del error. Nunca te quejes del ambiente o de los que te rodean, hay quienes en tu mismo ambiente supieron vencer; las circunstancias son buenas o malas según la voluntad o fortaleza de tu corazón. Aprende a convertir toda situación difícil en un arma para luchar; nunca te quejes de tu pobreza, de tu soledad o de tu suerte, enfréntala con valor y acepta que de una manera u otra es el resultado de tus actos y prueba que tú siempre has de ganar. No te amargues de tu propio fracaso ni se lo cargues a otro, acéptate ahora o seguirás justificándote como un niño; recuerda que cualquier momento es bueno para comenzar y que ninguno es tan terrible para claudicar. Deja ya de engañarte, eres la causa de ti mismo, de tu necesidad, de tu fracaso; has sido el ignorante, el irresponsable; nadie pudo serlo por ti, no olvides que la causa de tu presente es tu pasado así como la causa de tu futuro será tu presente. Aprende de los audaces, de los fuertes, de quien no acepta situaciones, de quien vivirá a pesar de todo, piensa menos en tus problemas y más en tu trabajo y tus problemas sin eliminarlos morirán. Aprende a nacer desde el dolor y a ser más grande que el más grande de los obstáculos, mírate en el espejo de ti mismo y serás libre y fuerte, dejarás de ser un títere de las circunstancias porque tú mismo eres tu destino. Y nadie puede sustituirte en la construcción de tu destino. Levántate y mira el sol por las mañanas y respira la luz del amanecer. Tú eres parte de la fuerza de tu vida, ahora despiértate, lucha, camina, decídete y triunfarás en la vida; nunca pienses en la suerte, porque la suerte es: el pretexto de los fracasados».

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Motivaciones

En Psicología, entendemos la motivación como la “fuerza” que nos empuja o nos hace tener deseo para alcanzar una meta. Se suele hablar de dos tipos principales de motivación (intrínseca y extrínseca), las cuales van variando con el paso del tiempo y las experiencias vitales (Lai, 2011). La intrínseca es la motivación de hacer algo por el mero hecho de hacerla, mientras que la extrínseca se caracteriza por realizarla para obtener un beneficio secundario de una tarea. Vivimos en una sociedad muy orientada a la motivación extrínseca: estar con una pareja por miedo a estar solo, comprar el nuevo móvil para estar a la última, sacrificar nuestros propios planes para no sentirnos culpables con amigos, matarnos a trabajar para poder pagar las facturas, hacer feliz a la otra persona para que no se enfade, hacer deporte para estar en forma, etc. Las motivaciones extrínsecas son necesarias y forman parte de la condición humana, pero no no definen la esencia de lo que somos, no son nuestra razón de vivir (ikigai, en japonés). Son muchos los problemas derivados de no sentirnos dueños de nosotros mismos, de funcionar como autómatas con una rutina de la cual sentimos no poder escapar por más que deseamos hacerlo, de “tirar la toalla” y renunciar a nuestros sueños por creerlos inalcanzables o que ya llegamos tarde a ellos. Y todo esto desemboca en tristezas que no sabemos explicar, rabias que pagamos con la primera persona que nos busca las cosquillas o miedo a un futuro incierto. La vida no es color Mr. Wonderful, no todo es posible si lo deseas o si pides el deseo a una estrella fugaz o a una vela de cumpleaños; pero puedes realizar pequeñas metas que te hagan sentirte mejor contigo mism@, que te conecten y te hagan sentir plen@  y vayan generando esa sensación de “buas…  ¡es que me encanta quien soy y me conozco!”. Busca espacios para poder conectar en este momento contigo mism@, no necesitas dos días en una montaña aislad@, tan sólo necesitas darte un tiempo para esar contigo y recordarte que eres la persona más importante de tu vida.

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Memoria y emoción

¿Recuerdas a los maestros que te dieron clase en primaria? ¿Y a los profesores de secundaria? Probablemente, te vengan unos cuantos a la mente en un momento y de otros tengas que hacer un ejercicio de memoria para recordar algún dato sobre ellos. Esto no es algo casual, la memoria está íntimamente vinculada a la emoción, de tal modo que recordamos aquello que vivimos con emoción. Así, es más probable recordar docentes entrañables que nos marcaron con sus lecciones y también aquellos docentes que se nos atragantaron más por su manera de ser o de dar clase. También contamos con maestros de la vida; cuando uno habla de “maestros de la vida” es fácil pensar en padres, hermanos, amigos íntimos, parejas… Y probablemente es de los que más hemos aprendido, pero también pueden ser maestros aquellas personas que más nos han atormentado. Es fácil “aprender” de los momentos que han desencadenado emociones positivas, pues nos limitamos a replicar el contexto para volver a sentirnos así de bien y a potenciar la experiencia para sentirnos aún mejor. La cuestión está en qué pasa con los momentos traumáticos, dolorosos y cruentos. Resumiendo mucho la condición humana, podemos polarizar las actitudes ante las emociones negativas de dos maneras: estáticas o constructivas. Todos tenemos de los dos tipos de estas actitudes. Las actitudes que he denominado como estáticas se caracterizan por no realizar cambios, sino que “tiramos balones fuera” juzgando a otros, condenando a los demás, lamentándonos de la situación, victimizándonos… en definitiva, sufriendo. Por otro lado, las actitudes a las que me refiero con constructivas son aquellas que aceptan la realidad pese a que no es de su agrado y buscan de manera activa cambiar la situación y/o aprender de ella para crecer, por muy imposible o enquistada que esté ésta. Aprende a crecer de tus propias emociones negativas y a sacar una lectura que valga la pena seguir adelante, pues eres la persona más importante de tu vida.

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El cuento de las ovejas negras

Vivimos en una sociedad donde lo diferente no siempre está bien visto, donde lo que se excede a la norma puede llegar a ser moralmente penado con frases que podríamos resumir en “no deberías ser así”. Muchas veces es fácil caer en el tópico de confundir “normal” con “bueno”; pero la realidad es otra, ya que lo que consideramos “normal” es en definitiva lo que más se repite, lo frecuente; del mismo modo, lo “anormal” o “raro” es lo infrecuente, las excepciones que conforman la norma. Todos somos o hemos sido en algún momento esos raros/infrecuentes por nuestra postura sobre algún tema, por nuestra manera de ser o por una decisión tomada. La cuestión es que las llamadas “ovejas negras” aglutinan multitud de diferenciaciones con respecto a lo habitual, haciendo que desentonen mucho en un paisaje blanco. Pero, ¿por qué el hecho de ser infrecuentes genera en los demás una postura de rechazo? Aquí caben miles de motivos, la mayoría de ellos ocultos a simple vista y con muchísimos matices: miedo a lo desconocido, preocupación por el “qué dirán”, dificultad para aceptar un cambio, desconocimiento de los motivos por los que la oveja se hizo (o salió) negra, etc. Ser una oveja negra no siempre es algo positivo en sociedad, podemos hablar de Adolf Hitler, de Greta Thunberg, de Frida Kahlo, de Michael Jackson o de Charles Manson. Va a depender de qué tipo de diferenciación social se presente. Hace algunas semanas me comentaba una paciente, con cierto aire de desesperación, que “ella sólo quería ser normal”, que no quería pensar en nada de la consciencia ni en esto de la psicología porque nadie la entendía. Muchas veces, uno no elige ser una oveja negra o no puede desligarse de este color, otras ocasiones queremos sentirnos oveja blanca para no enfrentar el rechazo y la presión social. Y tú, ¿cómo y desde dónde te relacionas con el rebaño de ovejas blancas y negras?

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Escúchate pensar

¿Sabías que a lo largo del día tenemos 6.200 pensamientos? Al menos, eso es lo que afirman Julie Tseng y Jordan Poppenk en un estudio publicado en el 2020. No me voy a poner a desglosar los entresijos del estudio, dejo el enlace al final de la publicación para el que tenga más interés. Ellos estimaron que eran 6.200 y no sé a ti, pero a mí con 1.000 ya me sigue pareciendo una barbaridad. ¿Y por qué pasa esto? ¿Por qué nos sorprende tener tantísimos pensamientos? Porque la mayoría son pensamientos automáticos, automatizaciones que lleva a cabo el cerebro por llevar muchos años pensándolos; esto se puede aplicar a conducir o lavarnos los dientes, pero también se aplica a la costumbre de ‘automaltratarnos’ con frases como “qué torpe” cuando se nos cae algo, “no puedo cambiar” cuando pensamos en un problema que llevamos tiempo arrastrando, “qué tont@” cuando decimos algo y alguien nos condena o “ya es tarde para mí” cuando soñamos con algo que llevamos tiempo queriendo hacer o estudiar. No solemos tener la costumbre de escucharnos pensar, seguimos repitiendo de manera inconsciente pensamientos negativos de manera automatizada. Aprender a escuchar nuestros pensamientos es algo que suelo proponer a las personas que acuden a mi consulta y los resultados que suele arrojar suelen ser verdaderamente reveladores: nos decimos de todo menos guapos. Empezar a escuchar nuestros pensamientos no es fácil ni tampoco agradable; es frustrante, con altibajos y es un golpe la realidad de que somos las personas que más nos criticamos a nosotros mismos. ¿Y por qué ponerla en práctica entonces? Porque nos lleva irremediablemente a sentirnos mejor con nosotros mismos, a conocernos y a poder darle la vuelta a la tortilla de los pensamientos, cambiando la crítica y el juicio por la incondicionalidad y la aceptación. Y tú, ¿cuánto te escuchas pensar a lo largo del día?

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¿Seguir o cambiar?

¿Cuántas veces viendo atardecer en la playa y tomándote un mojito has decidido tomar un rumbo diferente al que estabas trazando? No es imposible, pero desde luego es raro. Esto se debe a que de los aciertos y de la felicidad no solemos sacar lecturas relacionadas con el cambio, sino con exprimir cada uno de los momentos placenteros  que estamos viviendo, a sentirnos dichosos con cada uno de los segundos que estamos viviendo. Cuando las cosas nos salen bien nos regodeamos en ellas, no solemos evaluar y procesar el porqué de que todo haya salido bien. No tenemos necesariamente que tocar fondo para implementar cambios y mejorías en nosotros mismos, pero desde luego las personas nos vemos tentadoramente abiertas al cambio ante los errores, el dolor, los fracasos o las despedidas. Cuando la vida nos sienta nos obliga a hacer un cambio de ruta, a recalibrar nuestro GPS y recalcular una nueva ruta diferente a la que teníamos prevista, aprendemos también de errores cometidos en el pasado para escoger así la nueva dirección. A la hora de volver a trazar un rumbo y generalizando mucho, solemos tener dos direcciones predilectas:              Dar vueltas en círculo: entramos en bucle, nos sentamos en el suelo y empezamos a disparar hacia todo lo que nos rodea (jefe, pareja, dios, familiares…), tiramos la toalla con el “yo soy así”, negamos el dolor, enquistamos el problema que haya surgido, etc.              Cambio de rumbo: buscamos un camino alternativo, aceptamos que no teníamos la menor gana de que pasase lo que ha pasado, tratamos de seguir adelante y de recomponer los trozos, A nivel teórico y salvando todas las distancias, es evidente qué camino nos gustaría escoger en primera instancia; la cuestión de la que se trata es de ver qué pretextos nos ponemos para ver cuán inalcanzable concebimos el segundo. Y tú, ¿estás dando los pasos en la dirección deseada o no aparece ningún camino por el que transitar? Si crees que te puede venir bien ayuda profesional para recalibrar el GPS mental que tienes, ¿por qué sigues esperando a que el tiempo amanse las aguas?

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¿De verdad cambiamos las personas?

Heráclito fue un filósofo jónico que contaba estas batallitas hace ya 2.500 años; es más, la palabra crisis deriva del griego y viene a significar algo como “separación”, es decir, diferencia de tiempo entre un antes y un después. En la actualidad, hemos degenerado la palabra de tal modo que sólo nos quedamos con la parte negativa y traumática de los cambios. Este filósofo hizo muchas aportaciones al campo de la filosofía, pero es icónicamente conocido por la frase que dice: “No es posible bañarse dos veces en un mismo río”. La interpretación de la frase tiene dos elementos importantes: el primero es evidente, que cambiamos constantemente y no somos los mismos que entramos y salimos del río; pero no hay que olvidar que el río también cambia, entretanto nosotros permanecemos en él están sucediendo eventos a nuestro alrededor. El río lo podemos extrapolar a mil y un elementos. El más vistoso es quizá las relaciones de pareja, donde ni los miembros que la conforman ni la propia relación que constituyen permanecen inmutables. Y ahí es donde entra la magia de “siempre hay algo nuevo que descubrir”, pero también puede aparecer el reproche de “has cambiado, no eres el mismo”. La cuestión es cuánto se aleja de nuestros deseos que la otra persona cambie, es decir, que los cambios de la otra persona están yendo en una dirección diferente a la que queremos que vayan. ¿Cuántos esfuerzos hacemos para tratar de que el otro se parezca al que conocimos hace 10 años? ¿Cuántos ultimátum damos para que se ponga a hacer eso que nunca ha hecho pero que nos interesa que haga? No tiene sentido, pues cada persona es dueña de su propio cambio y de su aparente estatismo; si la persona se ve forzada a cambiar es posible que cambie, pero de una manera torpe, efímera, a empujones y será pan para hoy y la misma hambre de ayer para mañana. La vida está en constante cambio, la cuestión aquí es si nosotros somos capaces de ir digiriendo y disfrutando de los cambios que se van sucediendo. Muchas veces seguimos caminando hacia adelante con la mirada puesta hacia atrás y la vida te sienta porque aparecen obstáculos y no los vemos venir; pasan las oportunidades de largo que no ves porque seguías mirando por el retrovisor en lugar de a la carretera que ibas transitando. Suelta lo que pasó. Mírate cambiar ahora. Elige lo que está por venir.

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Tempus Fugit

La vida pasa más rápido de lo que creemos; paradójicamente, cuantos más años hemos vivido, más sensación de que el tiempo ha pasado más rápido. Esta sensación no es actual, ya autores como Virgilio hablaban hace 2000 años del vocablo latino “tempus fugit” para referirse a esta sensación de que el tiempo vuela. Sólo tienes una vida (al menos, una terrenal), aprovéchala al máximo y haz que merezca la pena todas y cada una de las experiencias que vivas, sean dolorosas o placenteras. Y no olvides que quien espera, desespera. La vida pasa como un terremoto sin que apenas te des cuenta. El pasado ya no está y el futuro es incierto. Las cicatrices dicen de dónde vienes pero no dónde vas. Las expectativas nunca se cumplen de la manera exacta en que las habíamos imaginado. Tan sólo tienes los momentos presentes para hacer de tu vida algo donde te sientas pleno y satisfecho. Puedes empezar ahora o dejarlo para más tarde, no hay prisa, tómate el tiempo que necesites para volver a descubrir lo que es vivir incondicionalmente.

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Etiquetar y diagnosticar

Hoy quería hablar sobre las etiquetas de ciertos trastornos. Evidentemente, no se suele tener la intencionalidad de usar erróneamente estos rótulos, sino que más bien se realiza de modo inconsciente y sin ser plenamente conocedores de lo que entrañan este tipo de trastornos. Así, tener altibajos emocionales no nos hace padecer un trastorno bipolar (TB), es un trastorno mucho más complejo; ni tampoco tener un alto nivel de actividad motriz es sintomático inequívocamente de padecer un trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH), comúnmente llamado “ser hiperactivo”. En esta ocasión he querido trivializar en clave de humor con imágenes de estos dos ejemplos que son claramente usados en demasía por la sociedad, pero también podríamos haber hablado del autismo (de lo que se tilda incorrectamente a personas con una aparente menor capacidad para las relaciones sociales), de la depresión (“hoy estoy deprimido”, por haber tenido un mal día), etc. ¿Y qué vengo a decir con esto? Que el uso de las etiquetas diagnósticas no tiene sentido usarlas en el día a día, pues su uso puede estar justificado a la hora de hacer investigaciones y seguimiento de casos con un abordaje multidisciplinar, como parte de la jerga científica; y a veces tengo serias dudas de si en esos casos que he expuesto es necesario, pues no dejan de ser un constructo vacío y/o un cajón desastre. En fin, que en el día a día es más certero hablar de que un niño “movido”, “inquieto”, “curioso” o “explorador” que hacerlo en términos de “hiperactivo”. Me manifiesto partidario de reducir el uso que hacemos de las etiquetas diagnósticas a diario y estoy convencido de que aquellas personas que hacen uso de ellas, cuando toman consciencia de qué es realmente un TDAH o un TB dejan de emplearlas con tanta asiduidad, pues las etiquetas diagnósticas fuera del contexto clínico suelen entrañar una condena y un juicio social que poco tiene que ver a la hora de abordar de manera constructiva una problemática.

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